El thrashcore y el crossover trascienden el género y pasan a ser un artístico testimonio del nihilismo. La falta de oportunidades de una generación y la apatía por el tradicionalismo Reaganiano hacen nacer su obra cúlmine.
Slayer edita en pleno gobierno del bubblegum metal, la placa más brutal que el hardcore haya recordado jamás. Atrás quedan las alusiones mágicas a los medievales Sabbath y los cuentos dantescos del infierno de su ante anterior Show no mercy, dando pasos a tragedias urbanas (Criminally Insane) e históricas (Angel of death).
El odio y sinceridad vomitado por Tom Araya en cada surco es catarsis post guerra fría en evidencia. Los cromáticos riffs de King y Hanneman expanden los límites del circunscrito estilo heavy metal y, sobre todo, destaca el brutal ataque a tus sentidos configurado por el beat a velocidad de la luz de Lombardo.
Angel of death debe ser el opus del thrash, un riff aceleradísimo abre la carnicería sónica. Lombardo inicia una escuela de no bajar nunca de los 170 bpm (y más), doble bombos supersónicos, tempos con el ride jamás escuchados, redobles que Neil Peart envidiaría incorporar en su tarrero vocabulario. Lo mejor es el grinding mid tempo, que llega como truenos en tus genitales, que Tom grita: “Rancid angel of death…fly free!!!”
Piece by piece nos muestra que aún siendo una banda cuyo dominio está en los tempos rápidos, puede crear un excelente groove en 12/8 que nada debe envidiar a bandas de rock progresivo.
Necrophobic es la canción más rápida que Slayer ha creado (por lo menos hasta ese momento), ideales para la fantasía canibalesca nekromantik que adorna estas brutales letras: Necrophobia, can´t control the paranoia, scare to die!!!
Altar of sacrifice muestra la excelente coordinación entre King y Hanneman, tanto en los riffs como en los horribles solos. Adoro la forma en que esta canción juega con su sístole y diástole, un pace a toda velocidad matizado con un mid tempo a 12/8, en el que Tom grita “welcome to the realm of Satan”, dejando en claro que éste no es un disco de Petra.
Algo que llama la atención, que bajo el metafórico infierno aludido en esa canción, existe leves atisbos a las voladas dantescas de Queen de sus dos primeros discos: tomen las letras de Great King Rat o March of the black Queen, añadan vocablos yanquis y calzarán perfectamente en un disco thrash como éste.
Criminally Insane es majestuosamente brutal, parte en un crescendo lento sincopado, desembocando en el tempo thrashcore que tanto amamos de Slayer. La influencia de bandas como GBH, Minor Threat o Black Flag es evidente en el radicalismo de la parte climax: Desaprobation of what i have done.. I have only just begun…to take your fucking lifes!!!!.. honestidad, crudeza, falta de compromiso, atributos que debe tener el rock and roll, aquel que asusta a tus viejos y te lleva a estrellar la cara en un pilar de concreto en el mosh.
Epidemic y Reborn son el equivalente a meter la mollera en el microondas. Si no terminas con la cara como Sloth de los Goonies o como el hijo de Priscilla del Gallo Claudio de tanto hacer mosh es porque o eres de Groenlandia o tienes cerumen en el cerebro.
Raining blood por sí sola es superior a cualquier nota que Dream Theater ejecute, no hay nada más estimulante para faenar un pudú que esta canción. El riff principal es escuela para tu mano derecha. El sonido de los timbales y, en general, de los bombos y la caja, es un placer gracias a la experta mano de Rick Rubin, quien sentó las bases para lo que sería el sonido de una banda de metal en los noventa y beyond. El cual no hace más que evidenciar la artificialidad de productores como Ron Nevison, Richie Zito, Bruce Fairbairn y Beau Hill, que sobresaturando de reverb y chorus las guitarras y triggereando las batacas, mataron mi glorioso heavy metal en los 80´s.
Slayer es la banda que tus padres deben odiar, que en el colegio te censuraban por oír y que dotó de guerras, Apocalipsis, sangre y verdad al tetudo mundo del glam. Por todos los infiernos, por ello llegarán al paraíso.
0 comentarios
Publicar un comentario